Cuando éramos chicos ser abanderado o ganar una medalla de atletismo era sinónimo de triunfo, de éxito. Desde ese entonces, y para siempre, el número no es solo un número. La CALIFICACIÓN, como bien dice la palabra, te definía poniendo en evidencia cualquier logro o dificultad que fácilmente nos dejaba dentro o fuera de competencia.
Lo particular de esto -que me deja pensando- es que ya adultos, mientras fingimos ser referentes para las generaciones siguientes evocando ideas como: la aceptación de la diversidad, la libertad como bandera, nuestra voz como una herramienta tan auténtica como el mismísimo ADN y nuestra lucha por ser feliz; no encuentran sentido, ni sustento en un pasado carente de lección en la materia; pues para ese entonces, todo compartía un único sentido de evaluación tan determinante como injusto.
¿Qué queda de nosotros cuándo los demás nos definen? ¿Cuán singulares nos permitimos ser si nuestra única referencia es el anhelo por tener “la vida de los otros”? ¿Existe el “éxito” si nos rendimos en la búsqueda de nuestra mejor versión? ¿A dónde van nuestros dones y habilidades cuando nos perdemos en el “deber ser”?
Estas y otras tantas preguntas vienen a mi cuando la “estabilidad” renguea y las decisiones tomadas carecen de seguridad. Dicen que toda crisis trae una oportunidad (o muchas…). Si es así, ¿ganarán los miedos o nos lanzaremos a la aventura con el impulso -a lo mejor promovido por la frustración pero no por eso menos genuino o real- de ir por más?
No sé. Es mi duda.
No todos los días. Pero sí muchos.
¿Cómo nace este texto?
En la escritura siempre encontré un escape, una suerte de terapia. Este texto lo escribí sentada en “mi” plaza durante un ataque de crisis en el medio de unas vacaciones forzadas.
Incómoda con mi presente y angustiada por las presiones que recibía en mi trabajo, me vi obligada a preguntarme qué era lo que estaba persiguiendo y por qué y para quién verdaderamente lo hacía.
Sin muchas respuestas, pero con un claro sentimiento de disconformidad, me lancé a un camino de búsqueda cargado de miedos e inseguridades que difícilmente podía ignorar.
Hoy, como dice una gran amiga, “construyo mi felicidad” con pasos que caminan al ritmo de mis inquietudes y bajo la atenta escucha de lo que me hace bien.
Les dejo un pedacito del día donde necesité tocar fondo para tomar impulso y correr atrás de lo que verdaderamente “deseaba”. Todavía no tengo del todo clara la ruta y el ritmo, siendo honesta, se parece más el de una caminata que el de una carrera; pero a la playlist ya arrancó y no quiero pausarla.
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