Hay algo en el aire. Respiro, siento y registro con todos los sentidos.
El verde es más verde. El río no para de hablar, pareciera querer decirme algo.
El sol acaricia pero el viento, que tampoco quiere ser dejado de lado, nos empuja sin torpeza.
Las piedras intentan recordarnos el recorrido de todo camino: revoltoso, algo golpeado, pulido, singular e intenso; convirtiéndose en un original souvenir de la naturaleza cargados de energía y calma.
¿Pueden los lugares decirnos tanto al mismo tiempo? No sé, pero seguro que vos sí.
La última vez que te visité tenía solo 13 años. Hacía un año que Agustina ya no estaba y ese viaje ya no significaba una maratón titánica de 48 hrs, sino la oportunidad de perdonar una vieja pelea.
Ese 2007 nos permitimos sonreír. Me acuerdo que hasta ese entonces no quería volver a verte. Todavía no eras recuerdo. Todavía no estabas maquillado por mi nostalgia.
Pero vos, tan sabio como lindo, no te ofendiste. Nos recibiste mejor que nunca para recordarnos que nada estaba dicho y que, si queríamos, había un verano esperándonos a algunos buenos kilómetros de casa, y esta vez sin frío del que protegernos.
A papá le enseñaste su terapia, la pesca, y fuiste su refugio por todos los años siguientes.
A nosotros, en cambio, nos regalaste una vez más el laburo titánico de levantarnos para no olvidarnos que el verano siempre vuelve.
A mi hermana Agustina y a mi papá.
A la Mili de 13 años aprendió a crecer.
Al sur.
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