La sensibilidad siempre me salvó y me sacudió.
En la música respiré y en el canto levanté la voz cada vez que necesitaba sacar la cabeza del agua.
Mi hermana es mi fuente, mi enciclopedia y la cicatriz más profunda de mi alma.
Me cuesta aceptarme como soy y los mandatos todavía funcionan como rectores que vigilan mi comportamiento.
Mis perros son mi capricho más necesario aunque compliquen la organización de mis días.
Hace un tiempo que estoy con ansiedad. Cada tanto me visitan unos nervios que empiezan en los pies o la panza hasta tomar toda la parte de mi cuerpo para tenerme de rehén lo que sus ganas quieran.
El estudio no fue lo mío. Las materias optativas, las “relleno”, las subestimadas, las que carecían de formalidad, las otras, las que no contaban básicamente; eran mi idioma. Mi mejor defensa. Mi escudo y mi espada.
Pero por algunos años dejé de vestir de soldado para caer en la regla y así perder las armas que no solo me daban seguridad y libertad; sino que me hacían ser quien era.
Hace algunos meses renuncié. Desde ese entonces mis días son un perfecto piso de mosaico donde sus colores se intercalan entre mi versión acartonada, “sostenible” y fácil; y la soñadora creativa inconstante que se ilusiona por algún día VIVIR de su idioma, su sensibilidad y sus “super poderes” esos que algunos llaman Dones. Pero todavía no se si soy tan valiente.
Me rehuso a pensar que nuestras vivencias sirven nada mas que para llenar diarios, álbumes de fotos, o que sean inspiración para cualquier ficción.
Mi comida favorita son las papas fritas (caseras) con huevo frito, de preferirse, de campo. Su yema es distinta: espesa y bien naranja. Pero eso no es porque sean “gallinas felices”. No. Esa otra moda snob que me molesta. Es solo porque comen maíz.
El dibujo es “lo mío” (hmm) -que expresión tan limitante como arrogante- pero hace tiempo, tal vez por terror a herir mi ego, es que le tomé miedo. Tengo un tema con la perfección, alguna vez lo toqué con Caro, mi psicóloga; pero todavía no llegué a darle la vuelta.
Soy loca. Mi humor varia y mis estados pueden superar los 10 en un día.
Decir que soy miedosa es redundante.
Los puntos finales me cuestan y la melancolía es el tercer idioma que entiendo.
Me desespera cuando se clavan en el carril izquierdo y me gusta el manejar con cambios.
El campo me calma y el mar me acuna.
Admiro a quien puede crear mundos solo con palabras para hacernos volar a un destino que ninguna aerolínea ofrece.
Las canciones suenan mejor cuando las agarras en la radio y el mejor chef que conocí fue mi papá.
Mi mamá es lo más parecido a súperman y mis amigas están todas esparcidas por el mundo. Todavía sueño con el día en que pueda juntarlas todas en casa.
Extraño los veranos en el campo, los dibujitos animados, los olores de mi infancia y las novelas centroamericanas que veíamos mientras los viejos dormían la siesta y el sol pelaba las veredas.
Alguna vez dije que caben millones de vidas en una,
y a veces, -solo a veces- esa idea no se si me gusta.
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